La 9ª Sinfonía de Ludwig Van Beethoven cumplió ayer 182 años. El 7 de mayo de 1824 se estrenó en Viena, en el Teatro de la Corte Imperial. La élite del Imperio se dio cita para asistir a la que se presumía que sería la última aparición de Beethoven. Él subió a la tarima y no miró al público en toda la obra, ni acabada ésta. Una cantante fue la que hizo girar al Maestro para que viese como los asistentes al teatro, en pleno, le ovacionaban y aplaudían con todas sus fuerzas. Beethoven nunca pudo escuchar esos aplausos, al igual que nunca escuchó su propia obra. Hacía años que para conversar con sus amigos tenían estos que escribirle en un cuaderno.
La Novena Sinfonía arranca de forma poderosa, con un tema principal que transcurre en escalas y variaciones trepidantes, con incisos más adelante para los momentos líricos, nuevamente interrumpidos por la intensidad titánica de la composición. El volumen de la sinfonía es brutal para la época.
El segundo movimiento es calificado por algunos cronistas como “el infierno en llamas”, por su contundencia y velocidad, suavizado majestuosamente en la recapitulación. El tercer movimiento, aunque sosegado, conduce firmemente a lo que será el cuarto movimiento, que contiene una melodía mundialmente famosa. El movimiento comienza con breves recapitulaciones de los movimientos anteriores, a los cuales los violonchelos contestan con comentarios inicialmente pensados para la voz humana. Finalmente, el tenor irrumpe con un llamada tras lo cual la melodía del himno a la alegría es tocado, primero por la orquesta, y luego por el coro. Los violonchelos, las flautas y los oboes crean el clima y las voces masculinas y femeninas se alternan declamando la “Oda a la Alegría” de Schiller (de ahí lo de “Coral”), arropadas por el todo orquestal.
La sinfonía avanza y se eleva sobre sí misma, mientas los coros llegan a niveles atronadores. Una doble fuga da el contrapunto pausado que lleva al veloz y prolongado cántico final, un desenlace de sinfonía único. Beethoven quería impresionar a sus oyentes y subrayar sus propósitos de fraternidad universal, y lo logró con este movimiento, que es más bien un ejercicio operístico. El tratamiento de la orquesta, por otro lado, resulta insuperable.
La Novena Sinfonía arranca de forma poderosa, con un tema principal que transcurre en escalas y variaciones trepidantes, con incisos más adelante para los momentos líricos, nuevamente interrumpidos por la intensidad titánica de la composición. El volumen de la sinfonía es brutal para la época.
El segundo movimiento es calificado por algunos cronistas como “el infierno en llamas”, por su contundencia y velocidad, suavizado majestuosamente en la recapitulación. El tercer movimiento, aunque sosegado, conduce firmemente a lo que será el cuarto movimiento, que contiene una melodía mundialmente famosa. El movimiento comienza con breves recapitulaciones de los movimientos anteriores, a los cuales los violonchelos contestan con comentarios inicialmente pensados para la voz humana. Finalmente, el tenor irrumpe con un llamada tras lo cual la melodía del himno a la alegría es tocado, primero por la orquesta, y luego por el coro. Los violonchelos, las flautas y los oboes crean el clima y las voces masculinas y femeninas se alternan declamando la “Oda a la Alegría” de Schiller (de ahí lo de “Coral”), arropadas por el todo orquestal.
La sinfonía avanza y se eleva sobre sí misma, mientas los coros llegan a niveles atronadores. Una doble fuga da el contrapunto pausado que lleva al veloz y prolongado cántico final, un desenlace de sinfonía único. Beethoven quería impresionar a sus oyentes y subrayar sus propósitos de fraternidad universal, y lo logró con este movimiento, que es más bien un ejercicio operístico. El tratamiento de la orquesta, por otro lado, resulta insuperable.
Hoy, algunos dicen que el Arte se ha transformado en un producto de masas, pero no, no ha ocurrido eso. Pasa, sin embargo, que los productos de masas han desplazado al Arte. Para encontrar una gran canción hay que poner patas arriba una tienda dediscos. Alguien echa un cubo de pintura sobre un liezo, y dice que ha pintado un cuadro. Se venden posters de La Gioconda fumando marihuana y se hacen versiones Techno de las 4 Estaciones de Vivaldi.
Nadie se acordará de eso dentro de 182 años y un día.
2 comentarios:
A parte de un liberal, eres un gran seguidor de Beethoven.
Interesante...
De hecho, no sé yo que va antes...si alguien me dice que renuncie a Beethoven a cambio de eliminar la progresividad fiscal, creo que digo que no. Seré muy egoísta :)
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