lunes, julio 30, 2007

Día 37: ¿Es posible arrepentirse de un acierto?

Hace algo más de un año, y durante uno o dos segundos, o quizá menos, sentí la fuerte necesidad de cometer un error.

En ese momento supuse, pensé, y creí, totalmente convencido, que sería un grave error. Y no lo cometí.

Ahora sé, con casi la máxima seguridad con la que se puede llegar a conocer algo ajeno a nosotros mismos, que, efectivamente, hubiera sido un error. Nada habría ganado, y a medio plazo, habría perdido mucho. Desde luego, una mala inversión. Acerté, de eso estoy seguro.

Sin embargo, no puedo evitar, cada poco tiempo, arrepentirme fuertemente de no haber errado, de no haber metido la pata (hasta el fondo, como se suele decir), de no haberla cagado. No es algo que me ocurra muy a menudo. Es como arrepentirse de no haber comprado un billete de lotería que a posteriori se conoce que no sería premiado. Ante una mente que pretende ser racional, como la mía (sólo lo pretende, conste) esto es inaceptable. No puedo dar con la clave, con el motivo por el cual me arrepiento de no equivocarme.
¿Merece la pena cometer errores a cambio de llenar la vida con un poco de emoción, de intensidad? No hablo de arriesgarse, hablo de cometer errores a sabiendas de que lo son.
Escribiendo estas líneas creo que he encontrado una posible respuesta: si uno no se equivoca, nunca sabe si realmente se habría equivocado. Y luego te pasas la vida preguntándotelo, por muy convencido que estés. Aciertas, pero no sirve de nada.

lunes, julio 16, 2007

Día 36: Senderos de Gloria

Lo mejor que he visto últimamente. No diría yo que se me saltaron las lágrimas, porque eso no suele pasarme viendo una película, pero casi.

El caso es que, veo esta escena...y me siento así.

viernes, julio 13, 2007

Día 35: El problema de creerse héroes

Discurso de Hermann Goering, mariscal del III Reich, el 30 de enero de 1943. La batalla de Stalingrado ya estaba perdida y decenas de miles de soldados alemanes esperaban, sitiados en la ciudad, la muerte, ya fuera en forma de bala enemiga, de inanición, congelación o suicidio:

[...] Soldados, han pasado miles de años, y hace miles de años en un desfiladero de Grecia hubo un hombre valiente y osado con trescientos soldados, Leónidas y sus trescientos espartanos... Luego cayó el último hombre... y ahora sólo queda la inscripción: "Caminante, ve a decir a Esparta que hemos muerto aquí a causa de las leyes". Algún día los hombres leerán: "Si vas a Alemania, si a los alemanes que nos has visto caer en Stalingrado, como las leyes nos ordenaban"[...]*


Así, debido a que varios generales se creían héroes, y exigían heroísmo a su alrededor, miles de personas murieron sin necesidad.

Ni yo mismo ni quién me lea puede con sus actos condenar a muerte a miles de personas, pero sin duda todos hemos cometido el error alguna vez de creernos héroes. Todos. Es inherente a la especie. Basta con ver una pelicula a lo Braveheart, leer una novela histórica o ver en un telediario que Pepe Pérez, que pasaba por allí, sacó de una casa en llamas a 3 niños, su madre y su abuela. Nos encantan las historias de héroes, de una u otra manera y más aún si nos reconocemos en ellos.

Y aún peor resulta cuando, por nuestros propios actos o bien por pasar por un buen momento, nos subimos a un pedestal. Euforia, se puede llamar. En verdad no es más que heroísmo creído interiorizado. Algunos lo interiorizan tanto, y durante tanto tiempo, que nunca se dan cuenta de que eso es realmente lo que les sucede, y son felices. Pero muchos de nosotros, después de habernos subido, nos vemos rebajados a nuestro nivel normal de no-heroísmo por un simple detalle o una bofetada. Sería más conveniente para evitar esas caídas, desde luego, no cambiar de estado de ánimo con tanta brusquedad ante una victoria, no imaginarnos dirigiendo ejércitos ni conquistando a el/la hombre/mujer de nuestra vida a la primera. Pero a ver quién lo consigue.

Al final, siempre toca caer y darnos cuenta de que ninguno de nosotros es un héroe. Nos toca a todos, excepto a los que mueren felices.

*William Craig, La batallla de Stalingrado.

domingo, julio 08, 2007

lunes, julio 02, 2007

Día 33: Milagros.

Para que cierto asunto, que no revelo porque no pertenece a mi vida privada, sino a la de otra persona, tenga un resultado feliz, he prometido hacer 2 cosas. Y las haré se dé o no ese resultado feliz.

La primera, y la única que viene al caso, es no volver a decir ni pensar que, en el caso que Dios existiera, y de que ese Dios influyera en nuestras vidas para hacer milagros, ése sería un Dios negligente. Lo decía porque, si Dios se introduce en nuestras vidas, y coarta nuestra libertad cambiando nuestro destino, tendría que ser por necesidad un Dios negligente, puesto que ni respeta el libre albedrío que tenemos, ni ha sido capaz de crear un mundo satisfactorio, pues actúa para cambiarlo. Y tampoco nos trata con equidad, pues no todas las personas que lo necesitan o desean reciben apoyo por su parte. La idea de un Dios que nunca hace milagros me parecía mucho más coherente y atractiva puesto que hace que recaiga sobre los hombres todas las responsabilidades de nuestros actos, y nos obliga a aceptar la igualdad de las leyes de la Naturaleza, que a todos nos afectan por igual.
Por eso siempre me negaba a rezar pidiendo tal o cual cosa. Por eso no me gusta nada que mi abuela, aspirante a beata, rece para que me salgan bien los exámenes. Lo considero ofensivo, de hecho. A cada cual lo suyo.
Sin embargo, ayer me descubrí pidiendo a Dios que favoreciera a alguien frente a la Naturaleza. Y comprendí que, si Dios de verdad actuaba para ayudara esa persona, sería imposible para mi o cualquier otro llamarle negligente. Porque ofrecería a una persona lo que necesita, a la par que lo que merece, porque no dañaría a nadie con ello y porque en parte estaría solucionando algo que nosotros los humanos no podemos solucionar ni hemos causado por lo cual no se nos puede exigir responsabilidad al respecto.
Y con esto creo que coincido con la doctrina oficial de la Iglesia respecto a los milagros. Y no es algo que me satisfaga demasiado, la verdad, pues siempre traté de ser independiente.

domingo, julio 01, 2007

Día 32: No me canso de escuchar...

...Insurrección, de El Último de la Fila.

Seguro que en los dos últimos días la he escuchado más de 50 veces.



En parte, porque es obvio que se trata de una gran pieza musical de enorme calidad.

En parte, porque apenas dura 2 minutos, y se hace muy corta.

En parte porque me recuerda a cierto pub siempre lleno de Córdoba, y ese pub a cierta época de mi vida.

Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?
Nadie es mejor que nadie pero tu creíste vencer.
Si lloré ante tu puerta de nada sirvió.
Barras de bar, vertederos de amor...
Os enseñé mi trocito peor.
Retales de mi vida, fotos a contraluz.
Me siento hoy como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre.
Me corto el pelo una y otra vez.
Me quiero defender.
Dame mi alma y déjame en paz.
Quiero intentar no volver a caer.
Pequeñas tretas para continuar en la brecha.
Me siento hoy como un halcón llamado a las filas de la insurrección.